El gótico tarda en introducirse en España (siglo XII). Destacan las plantas en forma de T, las capillas de la cabecera y el transepto y el claustro con dos pisos. Monasterios de Poblet, La Espina, Gradefes y La Moreruela. Se comienzan a construir las catedrales de Zamora, Salamanca, Tarragona y Lérida.
La planta de las grandes iglesias góticas responde a dos tipos principales:
de tradición románica. En él se observan casi las mismas formas que en el estilo románico y más comúnmente la de cruz latina, con girola o sin ella pero con los brazos poco salientes y con los ábsides o capillas absidiales frecuentemente poligonales. Las iglesias abaciales, sobre todo, cistercienses, siguen este tipo con brazos muy salientes como en la época románica. Y en las iglesias menores o populares se adopta como planta más común la de cruz latina o la rectangular y con un solo ábside poligonal en la cabecera;
de salón. La planta carece de crucero de brazos salientes (aunque no deja de ostentarse más o menos la simbólica cruz de enmedio), el templo de salón presenta una disposición basilical y posee, como mínimo, tres naves de igual altura y, por consiguiente, un sistema de iluminación lateral. Los espacios interiores son amplios y desahogados, abarcables con una sola mirada y tremendamente unitarios, de ahí que parezcan o tengan el aspecto de un gran salón.
En todo caso, la planta se divide en tramos rectangulares o cuadrados determinados por las columnas y arcos transversales y sobre éstos, cargan las bóvedas de crucería. Desde mediados del siglo XIII se hace común el abrir capillas en los lados de las iglesias, entre los contrafuertes, para satisfacer la devoción de los gremios o cofradías y del pueblo en general, ya que antes de esta época era raro admitirlas fuera de los ábsides.
La bóveda de crucería, conformada por arcos apuntados, a modo de esqueleto, es más ligera que cualquier otro tipo de bóveda construida hasta la fecha. La utilización de este tipo de arco formando un esqueleto tridimensional unitario refleja el alto conocimiento técnico que alcanzaron los constructores de catedrales.
El periodo primero se distingue por la sencillez de los arcos cruceros o diagonales que son simples y llevan pocas molduras. En el segundo, se aumenta la crucería con arcos o nervios secundarios y los llamados terceletes para sostener los témpanos de plementría ya que las bóvedas se hacen más amplias. A la vez, se molduran todos los arcos, mayormente los diagonales y éstos y demás nervios reciben más perfiles y se ligan con nervios transversales. En el tercer periodo se añaden nuevos terceletes y nervios secundarios con sus ligaduras aun sin necesidad alguna y se generaliza la bóveda llamada estrellada (por la figura del conjunto) y los nervios y arcos se perfilan con más delicadeza. En el primer periodo se usó con alguna frecuencia la bóveda sexpartida (dividida en seis témpanos) para los tramos de bóveda de la nave central cuando ésos se hacían cuadrados y correspondían cada uno de ellos con dos de las naves laterales.
Desde finales del siglo XV, se adornaban las claves de las crucerías en muchos edificios con florones de madera o de metal, dorados o policromados conocidos con el nombre de arandelas. Pero ya desde los principios del estilo se decoran dichas claves con variados relieves.
Los ábsides góticos se cubren también con diferentes bóvedas de crucería pero de tal suerte que los arcos o nervios concurren todos a una clave central formando crucería radiada y muy a menudo se da al cascarón una forma gallonada o dividida en compartimentos de boveditas parciales más o menos salientes o profundas. Esta disposición, al paso que refuerza y embellece el ábside, contribuye mucho a la sonoridad de la iglesia sobre todo, para los cantos desde el presbiterio.
Para soportar el empuje del peso de las bóvedas, en vez de construir gruesos muros como se realizaba en el románico, en el que los contrafuertes adoptaban la forma de pilares adosados exteriormente al muro, con un ancho creciente en su base; los arquitectos góticos idearon un sistema más eficiente: los contrafuertes con arbotantes. Los contrafuertes se separan de la pared, recayendo el empuje sobre ellos por medio de un arco de transmisión denominado arco arbotante. Todavía se puede alcanzar una mayor resistencia colocando a continuación un segundo contrafuerte. Los arbotantes también cumplen la misión de albergar los canales por donde descienden las aguas de los tejados y evitar así que resbalen por las fachadas.
Por un lado, la disposición de estos machones transversales permitía hacer fachadas no portantes, esbeltas, con enormes huecos. Por otra parte, al conectar los contrafuertes por medio de arcos arbotantes a la estructura principal se ganaba brazo de palanca y se liberaba espacio para situar naves laterales, paralelas a la nave principal.
Los botareles y demás contrafuertes se decoran, montando pináculos sobre ellos para que tengan más peso y resistencia, logrando así con estos remates el doble fin constructivo y estético.
El sistema de arbotantes y contrafuertes de las iglesias góticas constituye un elemento característico que embellecen el exterior de los edificios, pero a la vez, ponen de manifiesto la propia fragilidad estructural, ya que sujetan el edificio a modo de apuntalamiento externo.
La reducción de la estructura sustentante al mínimo imprescindible permitió abrir grandes huecos en los muros de las fachadas. Los artistas de la época pudieron dar rienda suelta a su imaginación creando un arte desconocido hasta la fecha.
Las ventanas del periodo de transición suelen ser como las románicas de arco apuntado. Pero luego se ostenta el verdadero ventanal gótico amplio y decorado en su parte superior con hermosos calados de piedra, los cuales se forman de rosetoncillos combinados, siempre sostenidos por columnillas o parteluces. En el siglo XIV se complica la tracería multiplicándose los rosetoncitos y adelantando ya el XV se combinan las líneas formando curvas serpenteantes constituyendo el calado flamígero.
Una cosa parecida se observa en los grandes rosetones que se colocan en lo alto de las fachadas: al principio, toman la forma radiante y sencilla aunque en iglesias suntuosas es algo más complicada. Se multiplican los adornos de la rosa en el siglo XIV y en el XV llega a ser la tracería un verdadero laberinto de curvas enlazadas. No faltan en todas las épocas sin embargo ventanas menores de traza más sencilla y pequeños aljimeces. Ventanas y rosetones suelen cerrarse con magníficas vidrieras polícromas e historiadas donde a su modo se ejercita el arte pictórico monumental ya que apenas le dejan espacio para su desarrollo los escasos lienzos de pared que median entre los referidos vanos en las iglesias suntuosas. Pero en las más humildes se sustituyen las vidrieras por láminas de piedra translúcida y aun tal vez por encerados.
Catedral de Siena
La expresividad cambia, haciéndose menos hierática y más expresiva, reflejando sentimientos (dolor, ternura, simpatía), acentuando la tendencia del último románico (por ejemplo el Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela), y en coincidencia con una nueva mentalidad, más urbana y próxima a los conceptos filosóficos de hombre y naturaleza en la filosofía escolástica y la renovación de la espiritualidad (herejías medievales, San Francisco de Asís). En concreto la representación de las distintas escenas de la vida de Cristo se hacen desde una perspectiva más humana, con el fin de acercarlo a la experiencia vital de cada fiel: desde el Nacimiento hasta la Crucifixión. La representación de la Virgen María, sola o con el niño (como Madre de Dios o Theotokos), suele hacerse más femenina y maternal, mientras que en el románico solía reducirse a un mero trono donde Cristo se sienta para gobernar al mundo.
Todo lo anterior podría decirse igualmente de la pintura de su época (ambas artes plásticas son en gran medida coincidentes, en ambos casos limitados al arte figurativo). En cuanto a la temática de ambas, sigue siendo casi exclusivamente religiosa, aunque es posible encontrar algunas manifestaciones que no lo son del todo, como retratos, paisajes... a diferencia del románico, en que el monopolio de la temática religiosa es aún más claro. En Alemania aparecerá por primera vez desde la Antigüedad clásica una escultura ecuestre de bulto redondo, el Jinete o Caballero de Bamberg (1240, catedral de Bamberg).
En cambio, el arte cisterciense, una de las corrientes espirituales y estéticas que representan la esencia del gótico inicial (basada en las ideas de Bernardo de Claraval), es un movimiento casi iconoclasta, pues rechaza la utilización de esculturas y pinturas en los monasterios (aunque las justificaba en las parroquias).
Patética expresión de dolor en uno de los ángeles del Llanto sobre el cuerpo de Cristo, pintura mural realizada por Giotto (h. 1266-1337) en la Capilla de los Scrovegni de Padua.
En el gótico, en correspondencia con las nuevas tendencias filosóficas y religiosas (recuperación de la filosofía de Aristóteles a través del averroísmo, humanismo de San Francisco de Asís) se tendió a aproximar la representación de los personajes religiosos (los santos, los ángeles, la Virgen María, Cristo) en un plano más humano que divino, dejándoles demostrar emociones y sentimientos (placer, dolor, ternura, enojo), rompiendo el hieratismo y formalismo románico. El artista gótico busca su inspiración en la vida. Hay mucho sentimiento en las obras góticas. Paralelamente, la cultura burguesa demanda una nueva elegancia dentro del arte. Hay más detalles narrativos, más frescura, color, luminosidad,... que se logran con técnicas más refinadas.
En el principio del periodo gótico, el arte se producía principalmente con fines religiosos. Muchas pinturas eran recursos didácticos que hacían el cristianismo visible para una población analfabeta; otras eran expuestas como iconos, para intensificar la contemplación y las oraciones. Los primeros maestros del gótico conservaban la memoria de la tradición bizantina, pero también crearon figuras persuasivas, con perspectiva. En efecto, se produjeron lentos avances en el uso de la perspectiva y de otras cuestiones técnicas en pintura en cuanto al tratamiento de los soportes (que permiten la mayor difusión de un arte mobiliar), los pigmentos y los aglutinantes.